Como es conocido por todos, para este año el libro de Génesis ilumina nuestro ser y quehacer misionero en las universidades y lugares de trabajo. Una de las formas en las que estamos explorando este libro es a través de los video devocionales semanales. Esta semana nos corresponde reflexionar en el capítulo 23. El capítulo narra la muerte y sepultura de Sara, y el duelo y llanto de Abraham. En estos días tristemente un capítulo parecido nos ha tocado vivir como CECE al experimentar la muerte y sepultura de nuestra amiga y hermana Fer Brun, y el duelo y llanto de su familia, así como de allegados de Fer en la iglesia, universidad y CECE. Al mirar esta coincidencia, no puedo sino interpretarla como la providencia y gracia del SEÑOR para sostenernos e iluminarnos en este pasaje oscuro. La intensidad del duelo y llanto por la muerte de Fer Brun es diferente para todos. Ofrezco con sensibilidad mis reflexiones devocionales, pensando en particular en su familia y en sus amigos que con más fuerza lamentan su pérdida.

El pasaje nos cuenta que “Fueron ciento veintisiete los años de la vida de Sara; tantos fueron los años de la vida de Sara” (v1). Cortos o largos los años de vida de cada ser humano, vistos desde la pespectiva del Creador, son los años que uno debe vivir, ni más ni menos. Estos años, vistos desde la perspectiva humana, pueden ser trágicamente cortos o trágicamente largos, fructíferamente cortos o fructíferamente largos, y más. La partida de Fer la percibimos como prematura, pero somos también invitados a considerar su vida simultáneamente como suficiente para los propósitos del Señor en este momento de la vida ‘bajo el sol’, como diría el Predicador, y como conectada integralmente para los propósitos finales del Señor en los cielos nuevos y la tierra nueva. El pasaje nos cuenta que Sara “…murió en Quiriat-arba…en la tierra de Canaán” (v2). La muerte encontró a Sara en una localidad y contexto específico: la tierra de Canaán. Más adelante ya veremos que este dato geográfico añadido al hecho y lugar de su sepultura es tremendamente significativo para interpretar su partida con matices añadidos.

Se nos dice luego que Abraham “vino…a hacer duelo por Sara y a llorarla” (v2b). Abraham se dio permiso para experimentar en plenitud la grave pérdida de su esposa. Los procesos funerales de la época, como algunos del presente, eran extendidos. Tengo la impresión de que los funerales caminaban al ritmo del alma. Uno necesita tiempo para dolerse y para llorar. El alma necesita tiempo para acomodarse bien a la despedida del ser querido. Los procesos funerales formales en nuestra cultura son cortos. Sin embargo, nuestra alma va más lento. Como Abraham, es legítimo darnos el tiempo y espacio para dolernos, llorar, lamentarnos y generar la despedida. No esquivemos el duelo y llanto por la partida de Fer para intentar saltar más adelante a otros momentos en este camino. Lo reitero, es tiempo para hacer duelo por Fer y llorarla. No forcemos al alma a verse más esperanzada o en completa paz. No forcemos al alma a lucir en calma y sin quebrantos. Su partida nos ha quebrado, unos lo sienten con especial sobrecogimiento, entonces es tiempo para hacer duelo y llorarla. Se nos dice también lo siguiente: “Luego se levantó Abraham de delante de su muerta y habló a los hijos de Het…” (v3). Según las costumbres locales de la época, los arreglos de entierro y adquisición de un sepulcro, Abraham los hizo luego de hacer duelo y llorar a Sara. Obviamente no podemos ni debemos replicar estos elementos culturales ahora, pero me parece un dato importante el hecho de que luego de un tiempo Abraham estuvo en la capacidad de levantarse de delante de la muerta, antes no. Antes la experimentaba cercana, apegada, todavía presente. Su alma estaba para el dolor y el llanto, todavía no para la despedida, no para “levantarse”. Si Abraham no estaba en el momento de levantarse, quiere decir que todavía estaba en “recogimiento”. Insisto, para nosotros ahora es tiempo de duelo, llanto y recogimiento. Ya vendrá el tiempo para “levantarnos” de Fer.

Abraham empieza la negociación de la compra del lugar para sepultar a Sara. La compra se hace en el campo y cueva de la heredad de Macpela, al oriente de Mamre… en la tierra de Canaán. En tres momentos en la narración se insiste en esta localización geográfica: en la muerte de Sara, en la negociación de la compra, y en el entierro de Sara. Se enfatiza que Abraham es el nuevo dueño. ¿A qué viene toda esta reiteración? Se nos quiere brindar el gran contexto para interpretar la muerte de Sara con matices añadidos, como afirmé antes. La muerte de Sara significó para Abraham una pérdida irreparable, pero también movó a Abraham y a su compañía, a dar un paso pequeño pero  significativo para habitar en la tierra prometida. Al adquirir el campo y la cueva para la sepultura de Sara, Abraham se convierte en dueño de una parte del territorio prometido por su SEÑOR en Canaán. Sí, la muerte es trágica y nos remueve, pero no deja, según los planes del SEÑOR, de acercarnos aunque fuera un poquito a sus promesas. No se nos cuenta que Abraham conscientemente lo experimentara así, pero la narración orienta al lector o a quien escucha la histora a considerar también este detalle. No vemos al momento un Abraham saltando de alegría por acercarse al cumplimiento de la promesa de Dios, por seguro lo vio después. En relación a Fer, ahora estamos en el duelo, llanto y recogimiento. Ya vendrá el tiempo para levantarse, despedirse y descubrir como su partida nos movió poco o mucho, pero siempre significativamente, a la experiencia del cumplimiento de las promesas y propósitos del SEÑOR. El caos no tiene la última palabra, la muerte no tiene la última palabra; el SEÑOR la tiene.

Un abrazo fuerte para todos, en especial a su familia y allegados de la iglesia, universidad y CECE que con más fuerza sienten su pérdida.