Jacob en su juventud era un hombre muy callado, que gustaba más del ambiente doméstico (campamento y cocina), y que era el preferido de su mamá (Génesis 25:27-29). Lo de callado y tímido parece que le duró muy poco. Se describe a Jacob en medio de la tarea doméstica de cocinar pan y sopa de lenteja, cuando se aprovecha del cansancio, hambre y descuido de su hermano Esaú para comprometerlo en que le de sus derechos de hijo mayor (25:29-34). Ya desde el vientre de su madre estos niños mostraban rivalidad y el carácter tramposo (“serruchador”, diríamos en Ecuador) de Jacob se evidencia: Jacob nace agarrado del talón de su hermano (25:22, 26).

Más tarde con la perversa instigación y ayuda de su madre Rebeca, Jacob logra quitar a Esaú la bendición paternal que le correspondía. Rebeca y Jacob engañan a doble partida: al patriarca Isaac y al heredero Esaú. Esto como era de esperarse trajo amargura, dolor, llanto y rencor al corazón de Esaú, al punto de proponerse matar a Jacob. Una vez más la sombra de los engaños de la serpiente y la sombra de la enemistad entre Abel y Caín aparecen. Jacob tiene que huir para resguardar su vida (capítulos 27, 28).

Ahora es el tiempo para que Jacob pruebe de su propia medicina. Por pedido de su padre, Jacob al huir se dirige a Padán Aram, donde tiene familia, para rehacer su vida y buscar esposa. En este nuevo contexto, el patriarca Jacob es engañado dos veces. Una por su suegro, quien no le entrega en matrimonio a Raquel, la hija prometida, sino que la suplanta por Lea. Otra por Lea, quien guarda silencio sobre su identidad y aprovecha que Jacob piensa que es Raquel, y así logra meterse en la cama con el patriarca en la ‘luna de miel’. No es el espacio para explorar las costumbres sexuales de la época, ese es tema para el siguiente artículo, pero uno se pregunta cómo fue posible que Jacob se diera cuenta del engaño solo hasta la mañana siguiente. La historia se repite para Jacob, pero trágicamente ahora desde el otro lado de la orilla. Labán y  Lea, padre e hija, lo engañan y logran suplantar a Raquel por Lea, así como Raquel y Jacob, madre e hijo, engañaron a Isaac y lograron suplantar a Esaú por Jacob (Génesis 29). En esta historia de intrigas se incluye por último el engaño de Jacob a Labán y su huida con toda la familia. El problema ahora eran salarios, propiedades y herencias (Génesis 30-31).

Jacob cuando joven era un hombre muy callado, sin embargo mostró mucha habilidad para usar su cabeza y lengua para armar estratagemas y así conseguir lo que quería. Esto trajo dolor a la gente a su alrededor –su familia cercana de origen y extendida—y esto le trajo dolor a su propia vida. ¿Cómo entender esta conducta del patriarca? En parte se debe a su historia familiar. Rebeca lo prefirió, sobreprotegió y le hizo parte de sus artimañas. Su padre también recurrió al engaño y al uso de medias verdades para salir de un posible apuro (Génesis 26), además de que tenía en menos estima a Jacob y prefería a Esaú. Su abuelo Abraham, como vimos en la anterior publicación, usó medias verdades también.

¿Hay posibilidad de cambio para un engañador a carta cabal como Jacob? Absolutamente. El Señor sigue comprometido con su proyecto y con su gente. Con misericordia y gracia se mueve en medio de las oscuridades del corazón y las conductas deshonestas de Jacob, y así sostiene su proyecto de bendecir a las naciones transformando a su misma gente. Paso a describir brevemente dos intervenciones del Señor en la vida de Jacob, que no fueron las únicas.

Una intervención del Señor se da en la huida de Jacob de la amenaza de muerte de su hermano Esaú. A través de un sueño el Señor reafirma su promesa de la tierra y ofrece al patriarca su presencia y protección. Esta intervención del Señor tiene por objetivo hacer consciente a Jacob de que Dios está presente. La respuesta del patriarca revela mucho del estado de su vida. Hasta el momento no tenía mucha consciencia de Dios y su relación inicial con Dios es a través de condiciones. Jacob dice “El SEÑOR está en este lugar y no me había dado cuenta” (28:16) Es altamente probable que además de su historia familiar este no darse cuenta de la presencia del Señor, esta precaria espiritualidad, lo llevó a elaborar artimañas para construir su vida y obtener lo que quería. Adicionalmente Jacob dice “Si Dios va a estar conmigo, me va a proteger en este viaje, me va a dar comida, vestido y me va a traer sano y salvo de regreso a la casa de mi papá, entonces el SEÑOR sera mi Dios” (28:20-21, énfasis mío). ¿Notan el carácter condicional de su fe en Dios al momento? Si Dios me da esto…entonces yo le sigo. Su vínculo con Dios está fuertemente marcado por el carácter condicional de sus vínculos con otras personas: “Esaú…si tu me das tus derechos de hijo mayor…entonces te doy comida”. No es lo óptimo, pero por algún lado hay que empezar.

Otra intervención del Señor se da entre la huida de Jacob de la amenaza de su suegro Labán y su reencuentro con su hermano Esaú. El Señor lo visita y pelea con Jacob. La pelea es intensa al punto de que es necesario herir a Jacob para vencerlo. Dos cosas profundas pasan en la vida del patriarca. Una es que, al contrario de sus hábitos, usa su cabeza y lengua ya no para engañar sino para pedir ser bendecido por Dios. Jacob oró. El hombre callado, tramposo y de precaria espiritualidad empieza a convertirse en un hombre de oración. No pone condiciones, sino que ora: “No te dejaré ir a menos que me des tu bendición”. Está herido, sabe que no puede ganar la pelea, entonces ora. La otra cosa profunda que pasa en la vida de Jacob es que su identidad es transformada. Su nombre significa “engañador” o “suplantador”. Este era el centro de su identidad y comportamiento. Pero en este encuentro—‘encontronazo’ más bien diríamos—con Dios su nombre e identidad cambian. Ya no es Jacob, ahora es Israel. Ya no está inconsciente de la presencia de Dios, ahora afirma “Aquí vi a Dios cara a cara…” (32:30). Con su identidad transformada su conducta también cambió, más adelante se nos cuenta que se reencuentra con su hermano y se reconcilian.

Engaños, trampas, artimañas y estratagemas son de uso común para intentar construir nuestras vidas y lograr lo que queremos. De hecho, algo se logra, poco o mucho. Pero nuestra integridad y la de otros va diluyéndose en el camino. Estas herramientas pueden conseguirnos algo, pero no son eficaces para sostener el proyecto de Dios de bendecir a las naciones en plenitud y de bendecirnos a nosotros. Mejor dejarnos encontrar por Dios, ser transformados por él y caminar con sus estrategias y artes más que con nuestras estratagemas y artimañas.