«¡Arrepiéntanse, el fin está cerca!», «¡Las profecías se están cumpliendo!», exclamó un joven en la plaza de mi ciudad.

«¡Oh, por Dios! ¡Las profecías se están cumpliendo, por eso tantos terremotos, enfermedades, pobreza, muertes, maldad en este mundo!», expresó una señora en el mercado.

¿Estamos preparados? ¿La profecía es real? Nos preguntábamos todo el tiempo en la universidad, dando respuestas vagas, tenebrosas y desalentadoras. Terminábamos animándonos y pensando: si las profecías que se escriben en Apocalipsis son verdad, estas serán en el futuro, nada que ver con nosotros ahora.

Cualquier acercamiento al libro de Apocalipsis ya tiene una idea preconcebida de encontrarnos con eventos desalentadores que sucederán, produciendo temor y rechazo. La cantidad de profecías escritas causan conmoción en su audiencia, por el simple hecho que el significado del término ya está enraizado en todos, como una manera de percibir e interpretar el futuro oscuro haciendo uso de la inspiración divina.

Sin embargo, Juan, el escritor este este libro, quien había sido un testigo directo de todo el ministerio público de nuestro Señor Jesucristo, era uno de sus doce apóstoles y además era bien conocido en las iglesias de la época.

Con un profundo conocimiento de las Escrituras, resaltó más de 800 citas del Antiguo Testamento, no tenía en mente ahuyentar a sus lectores, el pertenecía a la nueva era, estaba “en el Espíritu” cuando se le dijo que escribiera lo que veía (Ap. 1:10-11).

Teniendo presente que este libro no está aislado del resto de las Escrituras, recordemos el testimonio bíblico en relación al tema. Abraham es la primera persona que la Biblia llama «profeta» (Gn 20:7), no por predecir el futuro sino porque podría interceder por Abimelec. Moisés también fue llamado profeta (Dt 18:15), pero él tampoco se dedicó a vaticinar el futuro. Fue profeta porque trajo al pueblo la Palabra de Dios, con todas sus implicaciones y exigencias éticas.

Los grandes profetas hebreos tampoco fueron profetas porque vaticinaban sucesos futuros, sino porque exigían al pueblo una obediencia radical a la voluntad de Dios. Su función era denunciar el pecado y la injusticia, llamar al arrepentimiento. El futuro les interesaba sólo en función del presente.

A partir de estos antecedentes, Juan no estaba escribiendo en un esquema tradicional de predicción y cumplimiento, no escribió con el propósito de vaticinar cosas futuras en sí y para sí, sino para dar una llamada profética a la obediencia a la voluntad de Dios, se propone que este Apocalipsis sea palabra profética para la Iglesia. Debía ser Palabra de Dios para el presente, una palabra que tenía como contenido un castigo o una salvación el futuro. 

Por eso Apocalipsis 1:3 promete bendición específicamente a los que guarden su profecía.

“Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas que están escritas en ella, porque el tiempo está cerca”,

En medio de toda la argumentación sobre este libro y su simbolismo, la cuestión de Israel, el rapto y la tribulación, nunca perdamos de vista lo que es sublime: el regreso físico, personal, y corporal de Jesucristo para consumar su reino. ¡Esa es nuestra esperanza!


Karen Briceño es lojana, graduada como Arquitecta de la UTPL, miembro de la Iglesia Semilla de Mostaza en Loja, y sirve como asesora en la CECE Loja.