Hace tres meses regresé a Ecuador, después de haber estado en la Asamblea Mundial de la IFES en Sudáfrica. Tres meses que han pasado muy rápido, pero que me han permitido meditar sobre mi llamado y vocación.

En mi grupo pequeño me encontré con mujeres maravillosas y un hombre excepcional; él era el único hombre del grupo, padre de familia, pastor y miembro de la Junta en su país; él me hizo preguntas difíciles sobre mi vocación personal y familiar. Recuerdo que ambos teníamos lo que el otro anhelaba; yo queriendo la seguridad del llamado que había recibido durante el tiempo de Asamblea (pasar de miembro de Junta a Obrero), y él queriendo la visión de Ministerio familiar que yo tengo (todos los miembros de la familia involucrados).

La semana pasada, su esposa me envió una solicitud de amistad por Facebook, y me alegré en gran medida cuando vi su publicación del Campamento Nacional de Estudiantes, donde ella y toda su familia estaban participando de forma activa en el evento, ya no solo como una observadora distante sino como la familia involucrada en el ministerio que mi amigo tanto anhelaba.

En cuanto a mi llamado, aunque Dios me había dado pequeñas pistas meses antes, no fue hasta la penúltima noche de la Asamblea que lo descubrí, fue durante el espacio de Testimonio de Grupos Pioneros; era tal mi ardor en el pecho que paré a raya a mi compañera de cuarto (mi amiga y colega Jouseth) para contarle todo el proceso y las pistas que Dios me había dado durante todo el año.

Ahora lo sé, estoy segura de que quiero ser parte de la Visión: “100 nuevos grupos para el 2020”, en Guayaquil apenas estamos en 3 universidades públicas; en estas vacaciones estamos trabajando con nuevos contactos para abrir grupos en dos institutos y en otra universidad pública.

Aún me sigue ardiendo el pecho, pero ahora por la materialización de mi llamado, reflejado en los nuevos grupos para el siguiente semestre.