‘Somos como las mujeres a quienes no creyeron, somos como los apóstoles incrédulos’. Ese fue el pensamiento que vino a mi mente al leer el capítulo 24 del evangelio de Lucas con mis dos hijas luego de la cena.

Les ofrezco para este feriado una breve y sencilla reflexión devocional alrededor de la resurrección de Jesucristo. Quiero resaltar el hecho que somos testigos frágiles de este evento, y la experiencia de las mujeres y de los apóstoles bien refleja esta condición. 

Somos testigos no creíbles de la resurrección. Las mujeres seguidoras de Jesús, nos cuenta Lucas, se acercan al sepulcro con los perfumes que habían preparado para tratar el cuerpo de su querido maestro. Encuentran el sepulcro abierto, no encuentran el cuerpo de Jesús, se hallan a sí mismas desconcertadas, y la presencia repentina de dos hombres con ropas resplandecientes las lleva a postrarse del miedo. Estos hombres les recuerdan las palabras de Jesús acerca de su juicio, muerte y resurrección. Este ejercicio de recordar—volver a pasar por el corazón las palabras del maestro—hace que sus memorias se enciendan y abandonan el sepulcro para dar la noticia a los apóstoles. Pero estos hombres seguidores de Jesús consideraron este testimonio una locura y no les creyeron. Uno de ellos, sin embargo, fue a comprobar el asunto por sí mismo.

Esta experiencia es similar a la de los estudiantes y profesionales, hombres y mujeres, seguidores de Jesús, quienes necesitamos que regularmente alguien nos recuerde las palabras de Jesús, de lo contrario las olvidamos fácilmente. Gracias a los pastores y pastoras por esta labor. Gracias a los campamentos de la CECE. Gracias a quienes facilitan encuentros bíblicos en los grupos universitarios y núcleos de profesionales. Gracias a la lectura frecuente de la Biblia. Y una vez que tenemos las memorias encendidas y nos animamos a comunicar esto, resulta que nuestro testimonio parece una locura  y difícil de creer a los oídos de nuestros compañeros de estudio y de trabajo. Nuestra esperanza está en que al menos uno o algunos querrán comprobar el asunto.

Somos testigos incrédulos de la resurrección. A los hombres seguidores de Jesús–los 11 apóstoles y al menos a dos discípulos varones—nos cuenta Lucas, la historia de las mujeres les pareció una locura y no les creyeron. La tumba está vacía, pero a Jesús no lo han visto. Conversaciones, ojos ofuscados, semblante ensombrecido, sorpresa, sustos por visiones fantasmagóricas, son algunas de las palabras que describen su experiencia. Dos de ellos se aprestan para regresar a su normalidad y se dirigen a Emaús. Jesús mismo interviene en la conversación de estos dos seguidores (24.17ss) y en la conversación de los apóstoles y el resto (24.36ss). Jesucristo en su aparición los lleva a las Escrituras, a partir el pan, a abrirles los ojos y su mente, a darles un saludo de paz, a invitarles a tocarle y mirarle, a comer con ellos, a recordarles sobre su muerte y resurrección, a prometerles el Espíritu Santo, y a ser testigos de su ascensión. 

Esta experiencia es similar a la de los estudiantes y profesionales, hombres y mujeres, seguidores de Jesús, quienes necesitamos de la intervención y presencia regular y discipuladora de Jesucristo, de lo contrario estamos desorientados. ¡Gracias al Señor Jesucristo que toma la iniciativa y con mucha gracia nos da testimonio de sí mismo de diferentes maneras! Nuestra esperanza está en su presencia a través de su Espíritu que nos empodera para ser testigos valientes del evangelio de acuerdo a las Escrituras. 

Somos testigos no creíbles e incrédulos de la resurrección. Pero que bueno que la integridad y poder de este evento no depende absolutamente de nosotros.  Nuestra esperanza se basa en que Jesús mismo viene en nuestro auxilio para discipularnos y en que él mismo intervendrá en la vida de aquellos a quienes con fragilidad hemos dado testimonio de su vida, ojalá haciéndoles ‘arder el corazón’ por el evangelio.