Una semana antes de la Gran Caída de octubre de 1929—que precipitó la Gran Depresión—Irving Fisher de la Universidad de Yale, talvez el más distinguido economista de los EEUU de su tiempo, afirmó que la economía estadounidense había adquirido una “alta meseta permanente”. Tres años más tarde, el ingreso nacional había caído por más del 50 por ciento. Nadie, ni un solo economista, lo había visto venir.

La utilidad de la economía, tal como lo dijo uno de los más ingeniosos economistas, John Kennet Galbraith, es que provee empleo para los economistas.

Compartí el ejemplo citado arriba en la publicación de mi blog del 26 de noviembre del 2011, en la secuela de la así llamada crisis del 2008-9. Nada parece haber cambiado desde allí. ¿La crisis del COVID-19 se traducirá en un retorno a los “negocios como de costumbre” por parte de los políticos, banqueros y “expertos” económicos; o esto llevará a una radical revisión de la economía mundial y de los sistemas financieros y las someras presuposiciones acerca de la conducta humana sobre las cuales tales sistemas se han construido?

No hay duda de que la extensión global del COVID-19 ha expuesto las mentiras, hipocresías y fallas que existen en nuestras sociedades. Si el virus hubiera estado confinado solamente al mundo no occidental, difícilmente hubiera llegado a ser el titular #1 de los medios de comunicación del mundo por días y días, como ha sido el caso desde que primero Europa, y luego los EEUU, han llegado a ser el epicentro de la pandemia. Así como la ola que se aleja expone los restos que usualmente no veríamos en la playa, el virus ha expuesto las profundas inequidades de salud y economía dentro de las naciones ricas, así como también entre las naciones. Las economías pobres están al borde del colapso. Y son los pobres y comunidades vulnerables dentro de las naciones ricas los que han sido desproporcionadamente afectados.

Era el Nuevo Acuerdo de Franklin Roosevelt que levantó la economía estadounidense de la ruina seguida de la Gran Depresión. Este fue un programa masivo de inversión gubernamental en obras públicas que llevó a la gente de vuelta al trabajo; seguridad social para los trabajadores del campo y desempleados; pensiones y programas de vivienda para los ancianos; y reformas financieras de Wall Street, tal como como el Acuerdo Glass-Steagall que separaba las operaciones de la banca de las casas de valores (este Acuerdo fue derogado en 1999 como resultado del cabildeo financiero).

Cuando Bernie Sanders, en su campaña electoral, propuso una versión actualizada del Nuevo Acuerdo, fue uniformemente ridiculizado por políticos y economistas conservadores. “¿De dónde vendrá el dinero para todo esto?” se preguntaron en mofa. Incluso sus colegas demócratas, tal como la figura arquetípica del establishment Joe Biden, pasaron mucho tiempo en televisión representando una caricatura vitriólica de Sanders como la de un hombre viejo enojado y obstinado que constituye una amenaza socialista a la “creciente” economía de los EEUU. De manera similar, en el Reino Unido, el manifiesto electoral del Partido Laboral, prometiendo una inversión mayor en el Servicio Nacional de Salud, un retorno a la educación universitaria gratuita y un fin a las medidas de austeridad de la década pasada, fue ridiculizada por los activistas conservadores quienes, una vez más, afirmaron estar en el lado “realista” de la economía.

Tan pronto como el COVID-19 provocó olas de pánico a lo largo de los Estados Unidos, Donald Trump y su corte se apuraron en elaborar un decreto para inyectar unos abrumadores 2 trillones de dólares en su economía. Un cuarto de esto, se podría predecir, va a los menos necesitados (las ricas corporaciones con suficientes activos como para hacer préstamos sin la ayuda del gobierno) y menos del diez por ciento a los servicios públicos. Sin embargo, “¡Gastar, gastar, gastar!” parece ser el nuevo mantra socialista de la derecha. Pero nadie está planteando la misma pregunta que pusieron a Sanders, “¿De dónde está viniendo este dinero?”

De manera similar, en el Reino Unido, en un giro de ironía, Boris Johnson contrajo el virus y fue tratado por el mismo servicio de salud que él había planeado vender a “inversores” estadounidenses, y rápidamente cesó su diatriba pre-Brexit en contra de los extranjeros (el sistema de salud de Gran Bretaña depende fuertemente de médicos y enfermeras nacidos en otros países). Las críticas a los planes “ineficientes” del Partido Laboral de reavivar los servicios públicos que constantemente habían sido robados de recursos por sucesivos regímenes conservadores son una vergüenza a los muchos votantes quienes ahora, de manera tardía, expresan su gratitud por un servicio público de salud que es la envidia del mundo.

Entonces, ¿de dónde viene el dinero? En una era anterior, el dinero era un commodity, una preciosa sustancia usada en el intercambio económico. Actualmente, el dinero es más un concepto abstracto. En las naciones ricas, el dinero es mayormente crédito. Cuando uno va al banco y pide un préstamo, el banco no verifica primero sus depósitos y reservas para ver si tiene suficiente para prestar. No son los depósitos que generan préstamos, sino los préstamos los que generan depósitos. El dinero es creado por bancos privados “de la nada”. La función principal de un Banco Central (como el Banco de Inglaterra o la Reserva Federal en EEUU) es fijar una tasa de interés–determinar cuánto los bancos privados pueden cobrar por el dinero que ellos crean. Por lo tanto, cuando los gobiernos justifican la austeridad pública al afirmar que la inversión pública desvía dinero del sector privado, muestran que no entienden el dinero. Los préstamos del gobierno crean dinero que no existía antes.

El COVID-19 también ha expuesto cuán dependientes somos de aquellos en las “márgenes” de nuestras sociedades. Las personas en la primera línea de la lucha para protegernos de la pandemia son las mismas personas a quienes usualmente ignoramos, a veces incluso denigramos, y—si las compañías tecnológicas finalmente se abren paso–serán reemplazadas por robots: aquellos involucrados en el cuidado social, enfermeras y camilleros de hospitales, empleados de limpieza, asistentes de ventas, recolectores de basura, trabajadores de funerarias, trabajadores de la salud mental, migrantes que trabajan en el campo y en la industria de comida. Los banqueros, CEOs, y las celebridades que los medios de comunicación normalmente adulan, roban la atención en su camino en sus aviones privados a sus propiedades privadas donde pueden aislarse en medio del lujo.

La carrera política de Sanders está terminada, pero el desafío que dio vigor a sus dos no exitosas campañas por la presidencia—que los gobiernos deben usar la riqueza no para servir como niñera a las élites financieras sino para ayudar a la gente que realmente necesita ayuda—debe llegar a ser central al pensamiento económico y político del mundo pos-COVID-19.

Como mencioné en mi última publicación, la crisis del COVID-19 debería sacudirnos de nuestros prejuicios nacionalistas y aletargamiento para darnos cuenta de la importancia de trabajar por el bien común global. La misma inercia egoísta que ha hecho que los gobiernos solo se comprometan de labios para fuera en contra de la amenaza del calentamiento global, también está atrás del bajo financiamiento de aquellos gobiernos a instituciones tales como OMS, quienes nos han venido advirtiendo de pandemias como la actual por algún tiempo. Cuando Greta Thunberg habló en el Foro Económico de Davos, Suiza, en enero de este año, ella fue groseramente rechazada y burlada por el Secretario del Tesoro de los EEUU, quien le dijo a ella que debería ir a la universidad y primero educarse en cómo los negocios funcionan. Me pregunto ahora quién necesita realmente aprender cómo los negocios funcionan.


Por Vinoth Ramachandra
27 de abril, 2020
Material Original: https://vinothramachandra.wordpress.com/2020/04/27/who-will-learn-from-covid-19/

El Dr. Vinoth Ramachandra es Secretario de Diálogo y Compromiso Social de la IFES. Vive en Sri Lanka. Este blog representa el pensamiento de Vinoth y tiene por fin ser un recurso para los movimientos de IFES para iniciar y modelar conversaciones sobre diferentes temas. El blog no pretende ser la voz oficial de IFES ni de CECE en las temáticas que trata.

Publicación traducida por Josué O. Olmedo Sevilla, quien sirvió en la Comunidad de Estudiantes Cristianos del Ecuador (CECE), movimiento universitario afiliado a IFES, y ahora es parte del equipo de Conectar con la Universidad de la IFES América Latina.