Uno de los más placenteros efectos laterales de la inmovilidad inducida por el coronavirus es la oportunidad de invertir tiempo en revisitar libros y películas que uno ha olvidado.

La película Educando a Rita (1983), con Julie Walters y Michael Caine, es una de esas películas que desearía que todos los estudiantes universitarios puedan ver en los primeros años de sus estudios. Les recordaría del privilegio, por no hablar de la responsabilidad, de adquirir conocimiento. Por un lado, la narrativa es un retocado de la trama de Pigmalión (inmortalizado en la obra de George Bernard Shaw que lleva el mismo nombre y en el musical My Fair Lady): una vivaz relación de una joven de clase baja con su formal mentor de clase alta. Por otro lado, no hay relación sentimental. Es más divertida, emotiva e intelectualmente estimulante que versiones previas.

Rita es una peluquera de 27 años cuyo esposo y su familia de clase trabajadora no pueden entender su pasión por la educación superior. Ella se niega a tener un bebé hasta que “se haya descubierto a sí misma”, tal como lo dice, y por lo tanto pueda escoger el camino para su vida más que ser empujada por los convencionalismos de la sociedad. Ella se enrola en un curso de Literatura Inglesa de la Open University y tiene por tutor a un profesor alcohólico que también es un poeta desilusionado, alguien que ha perdido todo interés en enseñar y cuya vida se cae en pedazos. El mismo matrimonio de Rita sufre una ruptura porque su esposo, al ver el amor de Rita por Chekov y Shakespeare como una amenaza a sus sueños de paternidad, quema sus libros y la abandona. Allí se da una relación mutuamente transformadora, sin embargo no-sexual (porque esto no es Hollywood), entre Rita y su profesor.

Cultivar sabiduría es lo que necesitamos, en cualquier profesión, y no la mera acumulación de información.

Tal relación –de una estudiante cambiando a un profesor y ambos aprendiendo juntos acerca de la vida—es tal vez más probable que ocurra en el estudio de las Humanidades (literatura, filosofía, historia, arte, teología) que en las ciencias naturales o sociales y en las disciplinas profesionales, porque el objeto de estudio está menos en “control” del profesor e invita a una reflexión personal sobre los grandes temas de nuestra humanidad común. Y, por supuesto, el tipo de relación entre Rita y su tutor no es posible en las clases grandes con numerosos estudiantes típicas de la universidad de la era industrial o las aulas virtuales de la presente era de la información.

Hay muchos profesores como el de Rita en nuestras universidades, incluyendo las más famosas. No solo la excesiva carga de trabajo, estudiantes aburridos y competencia creciente han hecho que la enseñanza universitaria pierda su emoción para muchos, sino que la falta de una cosmovisión coherente dentro de la cual descubrir el significado y el valor del área académica del docente tiene un efecto corrosivo en la moral o ánimo.

En recientes años, los directivos universitarios y académicos más previsivos han promovido más cursos y programas de investigación interdisciplinarios, ya que la mayoría de los desafíos que encara la humanidad, desde calentamiento global, tecnología corriendo desbocada e inequidades sociales crecientes, requieren un abordaje multidimensional. Cultivar sabiduría es lo que necesitamos, en cualquier profesión, y no la mera acumulación de información.

En la medida que las universidades se convierten en meras fábricas de matrículas, produciendo en masa para el mercado, alientan una sociedad de imbéciles altamente educados.

Contrasten esto con la observación desesperanzada de Jerome Kagan (antiguo presidente de la Universidad de Harvard): “Muy a menudo los años de pregrado se parecen a un recorrido en bus por un bello campo donde el propósito no es admirar el paisaje sino mantener el horario. El nuevo entendimiento era que los estudiantes de universidad eran los turistas o huéspedes de hotel que escogen de entre una variedad de distracciones intelectuales, sin ningún otro propósito que la preparación de su carrera dirigida por una planta docente diversa de empleados razonablemente bien tratados”.

Esta es la razón por qué la tendencia actual mundial en la educación universitaria de ver el aprendizaje y la academia como meros medios a un empleo y crecimiento económico, junto con el cierre o disminución de los departamentos de Humanidades, es desastrosa. Se destruye así la posibilidad de cualquier crítica independiente de la hegemonía del gobierno y las corporaciones, ya que las Humanidades son el terreno donde el pensamiento independiente y crítico se cultiva más naturalmente. En la medida que las universidades se convierten en meras fábricas de matrículas, produciendo en masa para el mercado, alientan una sociedad de imbéciles altamente educados.

En tal mundo crasamente consumista, la actividad de la actuación será privada de actrices y actores tales como Julie Walters y Michael Caine, quienes vienen de hogares de clase trabajadora. Y gente de clase trabajadora como Rita, nunca será capaz de solventar una educación universitaria; pero, una vez en la universidad,  hay una posibilidad real de que sus mentes nunca sean despertadas sino que permanezcan encerradas en sí mismas. Sin embargo, paradójicamente, si el cambio va a ocurrir en nuestras universidades, lo más probable es que no venga desde la élite social, ni siquiera de las universidades élite que usualmente son bastiones del status quo, sino de inusuales individuos como Rita que ayudan a otros a despertarse a la vida con todas sus cotidianas alegrías y crueldades.

La actual pandemia ha visto un resurgir de cursos en línea. Esto ha sido inevitable, pero ha jugado a favor de aquellos que desean convertir todas las universidades en espacios virtuales financieramente lucrativos, incluso en la época pospandemia. Sin embargo, antes y desde la pandemia, las severas limitaciones del aprendizaje en línea o virtual empezaron a mostrarse a observadores perceptivos en la academia. Sherry Turkle, la renombrada socióloga de la tecnología del MIT, citó al director de un estudio hecho por una universidad en el que se comparaba aprendizaje en línea con aprendizaje presencial cara a cara: “El más importante factor [el estudio concluyó] que ayuda a los estudiantes a tener buenos logros en un curso en línea o virtual es la interacción interpersonal y soporte” (Reclaiming Conversation: The Power of Talk in a Digital Age [Recuperando la conversación: El poder del habla en una era digital]. “Lo que deja una gran marca en la educación universitaria”, afirma Turkle, “es aprender a pensar como alguien más, apreciar una personalidad intelectual, y reflexionar acerca de lo que puede significar desarrollar la de uno mismo”. Para este fin, el encuentro persona a persona es indispensable. Es más, el profesor Las Back, en su Academic Diary [Diario Académico], plantea la pregunta, “¿En la era de Google Académico, no están las bibliotecas en riesgo de llegar a ser un anacronismo? Información para leer llega a nuestras pantallas más rápido que cualquier libro lo haría. ¿Por qué necesitamos una biblioteca cuando con la correcta clave de ingreso, tenemos casi inmediato acceso a una biblioteca en línea mundial?”. Él responde su propia pregunta así: “Todo esto ignora la razón de las bibliotecas pues ellas proveen no solo un refugio sino lugares de serendipia, donde descubrimos rutinariamente cosas que no estábamos buscando”.


Por Vinoth Ramachandra
30 de julio, 2020
Material Original: https://vinothramachandra.wordpress.com/2020/07/30/can-universities-learn/

El Dr. Vinoth Ramachandra es Secretario de Diálogo y Compromiso Social de la IFES. Vive en Sri Lanka. Este blog representa el pensamiento de Vinoth y tiene por fin ser un recurso para los movimientos de IFES para iniciar y modelar conversaciones sobre diferentes temas. El blog no pretende ser la voz oficial de IFES ni de CECE en las temáticas que trata.

Publicación traducida por Josué O. Olmedo Sevilla, miembro del Equipo Regional IFES AL, coordinador del área Conectar con la Universidad.