Un número de metáforas son usadas para describir la experiencia de duelo que sigue a la muerte de un ser querido: la pérdida de un miembro, la caída a un hoyo negro, atravesar por lodo espeso, estar sumergido en una ola, y otras más. Y la paradoja extraña acerca del duelo, es que, aunque es universal (cada uno de nosotros la experimentará en algún punto en nuestras vidas) cada experiencia es personal de manera única, dependiendo de factores tales como la profundidad de la relación de uno con quien falleció, la personalidad de uno, crianza, trasfondo cultural, y la red de otras relaciones de soporte.

En mi caso, y muy agradecido por eso, no he necesitado medicación o consejería profesional para mi duelo. En las semanas que siguieron a la muerte de Karin, mantuve un diario privado registrando todo mi dolor, preguntas, dudas y angustia espiritual. He perdido no solamente mi esposa, sino mi a mejor amiga, una compañera de viajes, crítica, motivadora, un alma gemela.

Por supuesto, las lágrimas nos ciegan. Nuestras capacidades cognitivas están nubladas por el dolor y la desorientación. Pero también nos incentivan a cuestionar mucha de la sabiduría convencional de nuestras iglesias y culturas. A Karin y a mí siempre nos han irritado los clichés teológicos populares respecto del sufrimiento y la muerte: “Dios está en control”, “Dios se lo/la llevó”, “Dios tiene un propósito en esto”, y otros. Estos son como una bofetada a la “falsa consciencia” de Marx o la “mala fe” de Sartre.

Karin solía apuntar que muchos libros occidentales sobre el sufrimiento abordaban la pregunta “¿Por qué a mí?” planteada normalmente por gente acomodada cuyas vidas son plagadas por una enfermedad, accidente o fracaso. ¿Pero qué de la vasta mayoría de la humanidad, en la historia, así como hoy en muchas partes del mundo, cuyas vidas demasiado breves desde la cuna hasta la tumba se quedan cortas de la plenitud que el Creador intentaba para estas—y a menudo por causas fuera de su responsabilidad? Teodiceas tradicionales y apologéticas racionalistas lucen tan simplistas e irrelevantes frente a esto.

Muchos cristianos citan a Job en situaciones como estas, mientras olvidan completamente el punto central de la historia. ¡Me quedo desconcertado por las referencias a la “paciencia de Job”, cuando incluso una somera lectura del libro revela a un hombre que tenía todo excepto paciencia! Job protesta vigorosamente defendiendo su inocencia, y lanza sus preguntas, anhelos y acusaciones de injusticia a las puertas del cielo. ¿Puede este Dios ser digno de nuestra confianza? Esa es la pregunta básica en tales tiempos. Job vive en la tensión entre fe y experiencia, arrastrado de un lado para el otro, pero nunca rindiéndose a una resolución fácil. Esta es la tradición bíblica del lamento. Yo creo que el “problema” del sufrimiento y el mal en últimas puede ser únicamente abordada a través de un lamento honesto y acción compasiva; no a través de razonamiento teológico.

Con insistencia he sido perseguido por el pensamiento de que mientras nuestra fe puede ser verificada escatológicamente, la misma no puede ser falsificada. Si todos estamos engañados, nunca lo sabremos. Y no habrá ningún tipo de respuestas a las grandes preguntas que la humanidad se ha venido preguntando a través de la historia.

Me encuentro en la situación paradójica de permanecer completamente convencido de la resurrección corporal de Jesús de Nazareth (porque no puedo encontrar otra explicación a los orígenes del movimiento cristiano); y todavía estar luchando por encontrar sentido a cómo los billones de personas a través de la historia un día serán resucitados en la nueva creación que la resurrección de Jesucristo inició. Claramente la resurrección corporal implica un evento social y colectivo; porque nuestros cuerpos son los medios por los cuales interactuamos y nos comunicamos con otros. Y las Escrituras asumen que nosotros reconoceremos no sólo a nuestros seres queridos sino también a aquellos que se han ido antes que nosotros. ¿Pero cómo sucede tal reconocimiento, dado que cada parte de nuestros cuerpos ha evolucionado para cumplir con las condiciones de la vida biológica en este planeta? ¿Cómo reconoció Pedro a Moisés y Elías en el Monte de la Transfiguración? ¿Qué aspecto de nuestra naturaleza humana corporal Cristo ha tomado en la divinidad eterna? ¿Es sólo nuestras memorias, carácter y relaciones que tomaremos de esta vida a la otra?

Por largo tiempo he estado insatisfecho con los modelos estándar de cómo la mente y el cuerpo interactúan (dualismo, monismo de doble aspecto, fisicalismo no reduccionista, etc.). Es este y otros aspectos estoy contento con ser agnóstico. Pero cuando estamos en dolor y duelo, no podemos sino clamar por algún tipo de certeza o seguridad de un Dios bueno y amante de que nuestros seres queridos no han pasado al olvido, sino que están con él, en cualquier forma. La típica respuesta de mis amigos teólogos ha sido, “No hemos pensado acerca de esto antes”, o “Estás planteando preguntas con las que nosotros también estamos luchando y para las cuales no tenemos respuestas”. Al menos nadie ha sugerido que mis preguntas son tontas o que son motivadas por orgullo. La madurez cristiana también se trata de vivir con nuestras preguntas, manteniendo nuestra fidelidad a Cristo incluso cuando lloramos, luchamos y anhelamos por ese nuevo mundo.


Por Vinoth Ramachandra
7 de febrero, 2019
Material Original: https://vinothramachandra.wordpress.com/2019/02/07/the-questions-of-grief/

El Dr. Vinoth Ramachandra es Secretario de Diálogo y Compromiso Social de la IFES. Vive en Sri Lanka. Este blog representa el pensamiento de Vinoth y tiene por fin ser un recurso para los movimientos de IFES para iniciar y modelar conversaciones sobre diferentes temas. El blog no pretende ser la voz oficial de IFES ni de CECE en las temáticas que trata.

Publicación traducida por Josué O. Olmedo Sevilla, quien junto a su esposa Ruth sirve en la Comunidad de Estudiantes Cristianos del Ecuador (CECE), movimiento universitario afiliado a IFES.