En una conferencia el ilustrador Puño, menciona que cada que le preguntan: ¿cuándo comenzaste a dibujar?, su respuesta es: “¿cuándo dejaste tú de dibujar?”, porque todos hemos dibujado de pequeños, pero en algún momento, la mayoría lo dejó.

Me gusta pensar que aquellos jóvenes y adultos que seguimos ejercitando la creatividad, plasmándola en diferentes medios de expresión, somos un tipo de sobrevivientes, porque nos negamos a abandonar el contacto con esa parte esencial del ser, que no se conforma solo con lo que ve, sino que ansía construir a partir de lo que ve.

Si bien, solo algunas personas se dedican profesionalmente a las carreras artísticas o creativas, todos nos deleitamos en lo cotidiano con algún tipo de arte, porque se conecta con una parte de nuestro ser que le queda corto a lo que llamamos “lógica racional”.  Hay canciones que elevan nuestro espíritu, cuadros que dan forma a sentimientos que antes no podíamos visualizar, historias en películas, series y libros en cuyas tramas nos sumergimos y nos regalan el acceso a mundos diferentes. Pero este potencial de impacto que el arte tiene en nuestras vidas, no siempre es positivo; en la otra cara de la moneda, vemos que día tras día también estamos rodeados de malas noticias, de tragedias incomprensibles, de desesperanza y dolor. Es innegable que día tras día consumimos una gran variedad de contenido, que, en suma, moldea y refleja quienes somos como personas y como sociedad. Y en muchos casos, el discurso dominante es uno de desesperanza. 

Para mí, ahí radica la importancia de la creatividad en conexión con mi fe: en el ejercicio de observar e interpretar la realidad a la luz de la esperanza que encuentro en Dios, e intentar plasmarla en diferentes medios. Así, donde el discurso dominante es de muerte, es posible visualizar la vida; cuando en mi discurso personal me digo no tengo nada que decir, Dios me ayuda a unir las piezas, mi esperanza es renovada, y mi voz adquiere un lugar. Mis creaciones nacen a partir de mi experiencia, pero la trascienden, porque en tanto me mantenga leal a la verdad, se pueden conectar con la experiencia humana en general y ayudan a visibilizar realidades que antes eran invisibles.

La necesidad de crear

Al hablar de creatividad, muchos dicen: “eso no es lo mío”. Yo pienso que, en cada uno de nosotros, se encuentra no solo la posibilidad de crear, sino también en la necesidad de hacerlo, sin embargo, es algo que se debe ejercitar. Es una necesidad tanto a nivel personal como a nivel comunitario.

  • A nivel personal: No se trata de que todos nos convirtamos en artistas, sino que contemos con recursos creativos que nos permitan interpretar de mejor manera nuestra historia. ¿Cuál es esa historia que yo creo y digo que mi mismo? ¿está alineada a la narrativa más grande, que Dios me presenta en su Palabra? ¿de qué manera puedo articular mis experiencias para interiorizarlas mejor?
  • A nivel comunitario: Tenemos la necesidad de crear narrativas de esperanza no solo para nosotros, sino como modelos que iluminen realidades colectivas, modelos que se integren a la cultura. Si nosotros no creamos arte y cultura, no nos sorprendamos cuando no nos gusten los modelos que están siendo seguidos por las mayorías. Una canción de Santiago Benavides lo expresa muy bien: “Si no llenamos la tierra con la vida de Jesús, entonces la oscuridad se disfrazará de luz”. La realidad es, que se necesitan más voces que transmitan esperanza.

Pidamos a nuestro Dios creador, que despierte en nosotros esa creatividad con que nos creó, que es capaz de iluminar con esperanza cada una de nuestras realidades.


Diseñadora gráfica publicitaria e ilustradora. Actualmente cursando estudios de Teología Pastoral en el SEMISUD. Anita sirvió como coordinadora estudiantil en la CECE y actualmente sigue activa como profesional en varios espacios de la CECE.