El pasado primero de mayo celebramos el Día del Trabajo, día en el que descansamos y en la mayoría de los países es un día festivo. Si recordamos la historia, el 1 de mayo de 1886, un grupo de trabajadores iniciaron una huelga en Estados Unidos para reducir la jornada laboral a 8 horas diarias. Normalmente, las personas sin distinción de edad trabajaban al menos 18 horas, si es que trabajaban más de eso, su empleador debía pagar una multa de 25 USD. Durante este día se dieron varios enfrentamientos entre trabajadores y cuerpo policial, sobre todo en Chicago en donde las condiciones laborales eran peores. Los enfrentamientos se extendieron hasta el 4 de mayo, debido a esta lucha por reivindicar las condiciones laborales, celebramos el 1 de mayo el Día de Trabajo. Gracias a esta iniciativa por mejorar las circunstancias de los trabajadores, a lo largo de los años se ha logrado conseguir beneficios y derechos contractuales, establecidos en Leyes de Trabajo y en los contratos laborales.  

Pero, más de 100 años después, seguimos pensando en el trabajo como algo pesado, una carga inmensa sobre nuestras espaldas que lo único que nos da de “bueno” es nuestro sueldo y nada más. John Stott (teólogo inglés) menciona que trabajar es “la expedición de energía (manual, mental o ambas) al servicio de otros, lo que concede plenitud al trabajador, beneficios a la comunidad y gloria a Dios”. Definitivamente, es un argumento confrontador. Si les soy 100% sincera, cuando lo leí me borró un pensamiento egoísta porque admitir que toda la energía que invierto en mis actividades laborales, entregando dones, talentos, tiempo, ideas, estudios, etc. No es solo para beneficio mío y de crecimiento profesional únicamente, sino que también es para servir a otros y beneficiar a la comunidad. Pensar así cambió mucho mi actitud frente al trabajo.  

Si vamos al Génesis, encontramos el mejor ejemplo de una persona trabajadora que entregó (y lo sigue haciendo) toda su energía, creatividad, sabiduría, fuerzas, dedicación, amor, en crear todo un universo que le generó plenitud: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Gen. 1:31a), y además de plenitud, fue puesto en servicio y beneficio de la humanidad: “Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así” (Gen. 1:29-30).  

Si interiorizamos estos conceptos en nuestra vida laboral, eliminaremos el pensamiento comunitario de que el trabajo es un castigo de Dios o es un problema. Me atrevo a decir que promoverá que nuestros compañeros de trabajo vean en nosotros un ejemplo a seguir porque no nos llenamos de quejas, ponemos amor en lo que hacemos y estamos dispuestos a servir a otros. Sin duda, hay que seguir luchando en contra de condiciones de trabajo que no son dignos y creando oportunidades para que el trabajo verdaderamente sea una bendición. Hay muchos temas en el diálogo de la fe y el trabajo para seguir explorando y que en este pequeño blog no se alcanza a mencionar. Les invito a unirse a los Núcleos de Profesionales de la CECE, espacios en donde entendemos nuestro rol como profesionales cristianos, nuestra misión en nuestros trabajos y el impacto de nuestro trabajo-servicio en la comunidad. 

Referencias: 

John Stott, Decisive Issues Facing Christians Today (Ausntos decisivos que enfrentan los cristianos hoy en día), Basingstoke, U.K.: 1984, p.162. 

Daniela Larrea

Daniela Larrea

Daniela es máster en Innovación para el Desarrollo Empresarial del Tecnológico de Monterrey e Ingeniera en Negocios Internacionales de la UDLA. Actualmente se desempeña como Ejecutivo de Innovación en el Banco General Rumiñahui y es miembro de la Junta Directiva de la CECE.