Hay muchas cosas que sorprenden positivamente en el libro de Deuteronomio. Un ejemplo es el énfasis en la atención y cuidado que el pueblo de Dios debe tener por el levita, la viuda, el huérfano y el migrante vulnerable. Otro ejemplo es la serie de leyes que van a orientar el ejercicio del liderazgo en el pueblo: leyes para jueces y tribunales, leyes para el rey, leyes para los profetas, leyes para los levitas. Liderazgo íntegro para el bienestar del pueblo.

Hay otras secciones del libro de Deuteronomio que a uno le dejan pensando o le provocan de plano rechazo. El título de este artículo, “¡Nadie quedó con vida!”, es una de esas secciones. La frase se encuentra en Deuteronomio 2:34. El texto se estructura de tal manera que se ubica a Moisés haciendo un recuento de la historia de Israel, y en el capítulo que menciono, Moisés describe la derrota de Sijón rey de Hesbón. Tal victoria se describe así: “En aquella ocasión conquistamos todas las ciudades y las destruimos por completo; matamos varones, mujeres y niños. ¡Nadie quedó con vida! Sólo nos llevamos el ganado y el botín de las ciudades que conquistamos” (Deut. 2:34-35, NVI).

¿Qué hacemos con estas secciones de la narración? En este artículo y otros que le seguirán, nos proponemos ofrecer algunas orientaciones para la lectura de estos textos. Vamos a empezar por identificar algunos de estos textos en el libro de Deuteronomio, luego veremos de manera general algunas estrategias de lectura con las que se abordan estos textos. Apuntaremos también el tipo de literatura que se está usando aquí: las crónicas de las guerras, y trataremos de contrastar estos “extraños” relatos con el marcado énfasis en el cuidado del extranjero vulnerable que le caracteriza a Deuteronomio.

Identifiquemos algunos de los textos que se mencionan en Deuteronomio refiriéndose al tiempo previo del peregrinaje por el desierto, tal como se presentan en la narración del libro.

En el capítulo 1 se cuenta la orden del SEÑOR a su pueblo de abandonar Horeb y dirigirse a la tierra de los amorreos y tomar posesión de esa tierra (1:8, 21, en estos versos se afirma que el SEÑOR les ha entregado esta tierra). A pesar de la promesa del SEÑOR de que pelearía por ellos (1:31), el pueblo desconfía de él y prefiere no avanzar. El SEÑOR decide entonces que esa generación desconfiada no verá la tierra prometida, con la excepción de Caleb. Ante esto, el pueblo reacciona tardíamente reconociendo su pecado y preparándose para la guerra; en efecto, el pueblo va a la guerra, pero fracasa ante los amorreos pues el SEÑOR no los acompañó. Es más, les había dicho que no vayan a la guerra pues fracasarían (1:42). Tenemos aquí casi una tragicomedia de un pueblo que tiene asegurada la batalla, pero teme pelear, y que finalmente se dirige a la batalla, pero termina perdiendo.

Si en el capítulo 1 encontramos la orden de tomar posesión de la tierra de los amorreos, y la posterior orden de no pelear contra los amorreos, en el capítulo 2 abundan las órdenes de no pelear. Los israelitas en su paso a la tierra prometida no deben pelear en contra de los descendientes de Esaú (2:4-6). No deben atacar a los moabitas (2:9), tampoco a los amonitas (2:19, 37). La razón para no atacar a estos pueblos es que el SEÑOR no les daría su territorio. En este mismo capítulo se nos cuenta que los descendientes de Esaú desalojaron a los horeos y se establecieron en su territorio (2:12, 22); que el SEÑOR uso a los amonitas para destruir a los zamzumitas y así ocuparon su territorio (2:20-21); y que los aveos fueron destruidos por los caftoritas y así ocuparon su territorio (2:23).

El capítulo 2 continúa con el relato de la orden dada al pueblo de Dios de declarar la guerra a Sijón, rey de Hesbón, amorreo (2:24-25). Esta declaración de guerra debía ser precedida por una oferta de paz que incluía la promesa de mantenerse en su camino avanzando a su destino y pagar por el alimento que se consuma en este trayecto (26-29). El rey Sijón se negó a la oferta de paz y a hacerles pasar, entonces el SEÑOR reitera la orden a Moisés de conquistar y tomar posesión de su territorio. Israel procede así, y “¡Nadie quedó con vida!”. Continuaremos en una siguiente publicación, pero apuntemos lo siguiente hasta el momento. Según el relato explorado en los capítulos 1 y 2, las guerras que Israel debía emprender no eran decididas indiscriminadamente. Israel recibe incluso algunas órdenes estrictas de no atacar—cuatro, según los textos revisados. Es decir, Israel no tiene un cheque en blanco para iniciar guerras o conquistas.