Es un poco difícil describir mi experiencia en Urbana porque hay mucho de qué hablar. Para empezar, llegar ahí fue un milagro. Dios me permitió hacer un año de intercambio en Boston College el año anterior. Ahí conocí a una chica llamada Mary, quien estudió de intercambio en mi universidad (la USFQ) tiempo atrás. De hecho, conocí a mi amiga por Brett, el asesor de la CECE en la USFQ, entonces ahí hubo una conexión por InterVarsity. Mary y yo nos hicimos muy amigas y compartimos varios momentos juntas. Más o menos un mes antes del evento, ella me habló sobre Urbana y que el evento estaría tomando lugar ese año (2018). Ella también vivió esa experiencia hace algunos años y la describió como “life-changing”. Me llamó mucho la atención su historia, así que fui a la sesión informativa para ver de qué se trataba. Allí conocí a Zoe (una de las personas más asombrosas que existen en Boston). Ella me habló un poco de Urbana, aunque yo también había hecho mi research antes. La verdad yo fui esperando ser una buena candidata para el puesto que ofrecía BC en Urbana y la beca de la cual me habló Mary. Recuerdo que Zoe me dijo: “creo que no tengo que convencerte de que vayas porque pareces lista para ir, así que, ¿mejor te parece si hablamos de la logística?”. Estuve de acuerdo, entonces Zoe empezó a explicarme los costos. Mientras lo pensaba y analizaba, Zoe de repente me sorprendió cuando me dijo: “creo que escuché de parte de Dios que podemos financiarte todos los gastos de la conferencia”. Me quedé en shock… Casi lloramos de la emoción sin entender bien qué pasó en este momento.

Ese gesto de amor para mi familia y para mí fue tan grande de parte de Dios. La conferencia es en sí cara y solo me sentí muy bendecida de que Dios me haya dado esta oportunidad sin haberla buscado tanto ni haber esperado que aparezca de forma tan perfecta. El precio que yo pagué por ello fue entregar el tiempo que normalmente paso con mi familia y amigos en Navidad y Año Nuevo en casa para poder recibir lo que Dios me iba a dar en la conferencia. Hay algo especial en Dios cuando se entrega algo preciado para recibir algo aún más preciado. Fue un paso de madurez yo diría, así que le dije a Dios que sí, que sí quería hacerlo.

La primera sesión fue sombrosa. La alabanza fue una bestia (como diríamos los quiteños) y la enseñanza también. Nos dieron una introducción y me hizo pensar en lo emocionante que todo parecía ser. Los estudios bíblicos en la mañana, los seminarios, los lounges y diferentes espacios para orar, tener conversaciones con diferentes personas, adquirir información sobre otros programas, varios recursos para diferentes ministerios, conexiones con organizaciones, etc. Todo pareció un poco abrumador, pero viable. Entonces esperé por lo que vendría.

Todo empezó con estudiar Apocalipsis. Lo sé, solo nombrarlo asusta un poco, pero hay que darle una oportunidad para que Dios, el autor de la Biblia (y, por ende, también de este libro), nos hable a través de uno de sus libros que es igual de importante que el resto.

Me encanta la forma en cómo InterVarsity estudia la Biblia. Entre las cosas que resalto está la idea de estudiarla en manuscrito, ya que de esa forma se puede hacer observaciones y anotaciones libremente. El Método Inductivo permite que el texto hable por sí mismo, y esto a su vez, da paso a que Dios nos hable a todos y a cada uno al mismo tiempo. Además, las distintas observaciones hechas por varios estudiosos en las sesiones generales de Urbana, me permitió ser consciente de las especificidades del texto en cuanto a significado, contexto histórico, metáforas, lugares y tiempo, propósito del escrito en ese momento, el autor, a quién va dirigido, entre otros. También, estudiar Apocalipsis en grupos pequeños permitió que todos podamos aprender de otros, de cómo significa distinto para otras personas, de acuerdo con sus propias situaciones y maneras de ver el mundo. Por ejemplo, y de aquí parte el punto que yo quería explicar, una de las más poderosas enseñanzas que me llevé de estudiar Apocalipsis en los grupos pequeños matutinos fue cuando una chica hizo una importante observación en Apocalipsis 5:5-6.

Uno de los ancianos me dijo: «¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido! Él sí puede abrir el rollo y sus siete sellos». Entonces vi, en medio de los cuatro seres vivientes y del trono y los ancianos, a un Cordero que estaba de pie y parecía haber sido sacrificado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Apocalipsis 5:5-6 (NVI)

Y es que Jesús es ambos, el Cordero y el León, aunque parezca contradictorio.

Dentro del contexto político en el cual fue escrito este libro, la gente de Israel esperaba que la promesa del Mesías viniendo al mundo fuera plasmada en la tierra como quien espera por un León, el León de la tribu de Judá (uno de los muchos nombres de Jesús). Israel esperaba a alguien tan prominente como un león, como un rey, alguien tan fuerte que venga a establecer su reino en la tierra y salvar al pueblo de Israel de la esclavitud visible de Babilonia. No obstante, el Mesías cuando vino se vio más bien como un Cordero, el Cordero de Dios que vino a quitar el pecado de la gente del mundo. El Mesías vino en forma de un vulnerable bebé que nació en un pesebre en una de las ciudades más insignificantes de Israel, Belén. Jesús vino a salvar a las personas (y no solo a judíos, sino a todos) de una esclavitud mucho peor, aquella que nos lleva a la muerte eterna. Y por eso muchos no le reconocieron. En el texto descrito podemos ver esto cuando uno de los ancianos le dice a Juan que ya viene el León de la tribu de Judá, el único digno, de poder abrir el rollo y sus siete sellos. Cuando Juan alza a ver (como decimos los serranos), ve a un Cordero, que estaba de pie y parecía haber sido sacrificado.

Rara vez pienso en Jesús como el Cordero y el León al mismo tiempo. Jesús es el Cordero de Dios que vino al mundo para pagar nuestras deudas (Juan 1:29). Él nos redimió con Su preciosa sangre (Romanos 4:25). Se entregó como sacrificio único y perfecto para que nosotros seamos libres (Hebreos 9:28). Por Su sangre nosotros tenemos victoria sobre este mundo (Apocalipsis: 12:11). Y en el final de los tiempos, gracias a Jesús seremos juzgados bajo Su gracia (Apocalipsis: 20:11-15). El perdón de Dios nos fue dado libremente cuando Jesús murió en la cruz para todo aquel que quiera confiar que es así (Apocalipsis 21:6-7).

Jesús no es solamente el Cordero, sino también el León de la Tribu de Judá (Apocalipsis: 5:5). Él es el que está en el Trono (Apocalipsis: 5:13). Su Reino es eterno (Lucas: 1:33) y no es de este mundo (Juan 18:36). Estudiar el libro de Apocalipsis me permitió saber un poco más acerca del Reino de Dios, de la esperanza que trae la promesa de Su venida a nuestro mundo terrenal, y también me permitió articular mi respuesta ante esa verdad.

Nuestro mundo, nuestro reino, es un lugar de maldad y oscuridad. Tiene guerras, hambre, escasez, injusticias, falta de amor y esperanza, muerte, pérdida, sufrimiento. Nuestro reino es imperfecto, injusto, dividido. Creo que no hace falta enlistar más, solo basta ver las noticias de hoy. En cambio, el Reino de Dios es un Reino eterno, perfecto, incorruptible. Tiene un nuevo tipo de gobierno. No un gobierno en el que prevalecen los intereses de los más ricos y poderosos, sino un gobierno en donde Dios reina con justicia y ninguno perece. Tiene un nuevo tipo de economía. No una que explota los sectores más vulnerables y utiliza sus necesidades para generar más ingresos, sino un tipo de economía donde hay abundancia, donde hay suficiente para todos y ninguno tiene escasez. Un Reino donde todo es nuevo, donde no hay más tristeza, ni llanto, ni dolor, pues Dios secará toda lágrima de los ojos (Apocalipsis: 21:1-5). Entender que Jesús es el Rey y gobernará sobre todos (Apocalipsis: 19:15-18) le da esperanza a nuestro mundo caído. Lo que, es más, nos permite reconocer cómo se ve el Reino de Dios y saber que este se ha acercado (Mateo: 4:17).

Esta gran verdad cambia nuestra manera de ver el futuro y también de cómo vivimos el día a día. Dicen por ahí que los latinos tendemos a orientarnos más por el presente que por el futuro, por lo que no hacemos mucho caso a la planificación como en otras culturas. Si ese es el caso, debes saber cómo se siente vivir sin esperanza por el mañana. Trabajar para hoy para vivir hoy, “chulla vida” dicen por ahí. No obstante, cuando reconocemos que pertenecemos a un Reino más grande que en el que vivimos, que nuestro Padre es el Rey y nosotros somos sus hijos, que Jesús reina sobre todo, podemos vivir sin miedo del mañana ni del hoy. Todo lo que vivimos se basa en la verdad de quién es Dios y quienes somos nosotros en Él. Aquí unos ejemplos: si sabemos que Jesús venció sobre todo, entonces no tenemos por qué vivir como si estuviéramos derrotados. Si entendemos que Jesús pagó todas nuestras deudas con Dios el Padre, ¡entonces ya no hay más culpa ni condenación! Si sabemos que este reino es pasajero y efímero, ¿entonces por qué acumular tesoros en la tierra, cuando podemos acumular tesoros en el cielo donde no hay corrupción? (Mateo: 6:20). Cuando nosotros conocemos a Jesús como el León, como el Rey, como el Soberano, nuestra vida entera tiene otra perspectiva porque también nos damos cuenta de que no somos de este mundo, que no pertenecemos aquí, aunque estemos en él (Juan: 17:16), y de que nuestras vidas tienen un destino y un impacto eterno.

Esto es un poco de lo que puedo compartir de mi experiencia en Urbana, que fue una bendición inmensa de Dios. No obstante, pienso que algo no tiene completamente sentido para alguien a menos que lo sea de manera personal. Por eso, les invito a que estudien el libro de Apocalipsis y permitan que Dios hable personalizadamente a sus vidas y los encuentre. Podrían tal vez, explorar algunos de los versículos que yo les compartí. También podrían estudiar la Biblia por ustedes mismos o en grupos pequeños. Ser una hoja en blanco y dejar que Dios revele Su Palabra de manera única como cada uno de ustedes lo son.

Para terminar, solo deseo extender una invitación para todos aquellos que quieren ser parte de ese Reino que no tiene fin o que desean saber más de él. Les invito a dar el siguiente paso de decirle a Dios que SÍ quieren ser parte del Reino o que SÍ quieren aprender más de él. Para que lo puedas canalizar de manera práctica en tu vida, podrías pedirle a un amigo o amiga que te ayude en tu decisión, siempre es bueno contar con ayuda extra. Por último, si tienes algún comentario, opinión o pregunta sobre lo que escribí puedes escribirme a mi correo wendy.dps3@live.com y podemos charlar más al respecto. Cuídate mucho y un abrazo.


Wendy Panchi es una estudiante de la Universidad San Francisco de Quito. Estudia Ciencia Política y Relaciones Internaciones y está en su séptimo semestre. Durante el año 2018, Wendy estudió de intercambio en Boston College en Boston, Massachussets, EEUU.