La fe cristiana celebra ‘misterios’. La fe celebra verdades dadas a conocer por Dios. Una de esas verdades, según Pablo, es que Cristo se dio a conocer en cuerpo humano (1 Timoteo 3.16 PDT). Celebramos que en el ser humano Jesucristo la verdad de Dios se ha dado a conocer. Celebramos la encarnación.

A lo largo de los siglos el pueblo de Dios –el antiguo Israel, en su momento, y la iglesia posteriormente—ha implementado ciertas prácticas en su liturgia que le facilitan y le recuerdan celebrar ciertos misterios o verdades reveladas. Tal es el caso del calendario litúrgico que apunta la celebración de misterios fundamentales para los creyentes. En estas semanas se nos recuerda celebrar de manera especial el nacimiento de Jesús: el hecho que Cristo se dio a conocer en cuerpo humano. Un amplio sector de la iglesia cristiana global lo hace a través del Adviento, Noche Buena o Vísperas de Navidad, Navidad, y otros momentos litúrgicos. Así el calendario litúrgico estimula que cotidianamente tengamos viva en nuestra vida la encarnación de Dios.

Independientemente si somos afectos o no a estas prácticas litúrgicas, hacemos bien en recordar y celebrar la encarnación de Cristo. A través de este espacio deseo que estas celebraciones de Navidad afirmen en nosotros la capital importancia de este misterio, pues el nacimiento de Cristo habla de muchas maneras. Es una afirmación por parte de Dios de la bondad de la materialidad de su creación. Es una orientación amorosa del Padre que nos da al Hijo para modelar para nosotros lo que es ser hijos. Es una iniciativa misericordiosa de Dios para la restauración de su creación y criaturas, pues “Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, siendo yo el peor de ellos” (1 Timoteo 1.15), y sólo en él hallamos el completamiento de nuestra vocación y condición humana. Y, es la verdad revelada de Dios acerca de sí mismo: su amor, su santidad y su sabiduría en cuerpo humano.

Cierro esta publicación deseándoles unas significativas celebraciones de Navidad.