En su histórico comentario a la Epístola de los Romanos en 1919, el teólogo suizo Karl Barth recordaba a sus lectores que “La Iglesia, y no el mundo, fue quien crucificó a Cristo”.

Estas son palabras que necesitamos recordar constantemente. Gobiernos autoritarios han brotado en todo el mundo en los recientes años, muchos de ellos apoyados por personas que se llaman a sí mismos “cristianos que creen en la Biblia”. Mientras escribo, este tipo de personas se preparan para dar su voto y llevar a la presidencia a un exoficial del ejército quien es desvergonzadamente racista, misógino, despectivo de los pobres y defensor de la dictadura militar en la oscura época de la represión en Brasil.

Un líder cristiano estadounidense reconocido globalmente me dijo hace unos pocos días: “Debes entender que los estadounidenses en gran medida son personas ignorantes y no educadas”. Esa ignorancia, continuó diciendo, es ampliamente prevalente entre los blancos conservadores de iglesias de las afueras de la ciudad así como de las rurales. Este es tal vez el más grande “grupo no alcanzado” en el mundo, un grupo que necesita ser convertido del miedo al amor, del prejuicio a la hospitalidad, del patriotismo y la religión civil al evangelio de Jesucristo.

Que tal conversión eclesiástica es posible se demuestra en el caso de la Iglesia Católica Romana. En la primera mitad del siglo veinte la Iglesia Católica Romana estaba denunciando el discurso de los derechos humanos, y su temor al comunismo la guió a apoyar el fascismo en Europa y América Latina. Todo esto cambió con el Segundo Concilio Vaticano al inicio de 1960 y la extendida influencia de las teologías de la liberación. Ahora es la Iglesia Católica Romana quien está encabezando la resistencia a dictaduras y abusos de los derechos humanos en muchas partes del mundo, mucho a la vergüenza de sus hermanos cristianos no católicos. Por lo tanto, no debemos perder la esperanza.

En este mes, cerca de cuatro décadas luego de su muerte, el ex Arzobizpo salvadoreño Oscar Romero fue declarado un “santo” por el Papa Francisco. Romero fue asesinado por miembros de un escuadrón de muerte mientras celebraba la misa en la Iglesia de la Divina Providencia en San Salvador el 24 de marzo de 1980. Romero fue un abierto defensor de los pobres en su país. El día anterior a su muerte, públicamente denunció la violencia llevada a cabo por las fuerzas armadas de su país en contra de la población civil durante una misa en la Catedral Nacional. Su muerte envió ondas sísmicas a través de América Latina. Hizo a muchos escépticos más abiertos a lo que la iglesia tenía que decir. Ahora, cuando el consumismo de masas y la conformidad social ha sofocado el disenso y la resistencia contracultural, la Iglesia (incluso con sus tensiones y contradicciones internas) con quietud y valentía sigue a Jesús cuidando por los pobres, el extranjero y el vulnerable.

En este blog con frecuencia he llamado la atención a la clase global de los “super ricos”, aquella minúscula fracción de la población mundial que es dueña de toda la riqueza y así influye en las políticas gubernamentales. El año anterior, un periodista inglés Richard Reeves, ahora en Brooking Institution en Washington D.C., argumentaba en su libro Dream Hoarders (Los Acaparadores de Sueños), que en los EEUU es el 20% de la población quienes son los verdaderos villanos estadounidenses: un grupo grande de carteristas adinerados con grandes bonos además de sus salarios, exenciones tributarias en intereses de préstamos, y fondos de ahorros para la universidad, quienes están involucrados en una variedad de prácticas que no solo no ayudan a sus familias, sino que dañan al otro 80% de los estadounidenses.

El libro muestra como esta clase media alta, aunque no han visto el tipo de ingreso ganado por el uno por ciento más alto y los billonarios estadounidenses, son capaces de dominar las universidades que están en el tope, aislarse a sí mismos en ricos vecindarios con excelentes escuelas privadas y servicios públicos, y disfrutar el mejor servicio de salud.

Este grupo entonces hereda esas ventajas a sus hijos, enviándolos a las universidades más prestigiosas, proveyéndoles de las conexiones sociales que hacen una diferencia cuando uno entra a la fuerza laboral, ayudando con pasantías, pagando por la universidad y comprando casas. Todo esto mientras apoyan políticas y prácticas que protegen su posición económica e impiden a niños más pobres de ascender en la escalera de los ingresos –prácticas tales como reducción en impuestos de riqueza y herencia, demarcación urbana elitista, o admisión hereditaria a universidades.

Estoy convencido de que esto está pasando en todo el mundo. Puede ser el 20% al tope en el occidente y Japón, una proporción más pequeña en algún otro lado, pero es realmente esta clase media alta (a la cual muchos de nosotros pertenecemos) la que está limitando las oportunidades para el resto.

Este no es un asunto de división política: este es un abismo social. Parece no importar quién gana las elecciones políticas; ningún partido tiene la voluntad de desafiar el estilo de vida de las clases medias altas.

¿Las elecciones de gobernadores el mes que viene en los EEUU hará alguna real diferencia? A la clase media alta simpatizante del partido demócrata no le gusta Trump, pero están contentos manteniéndose al margen de su presidencia puesto que financieramente les va muy bien bajo su administración. El Rev. Martin Luther King hizo la conocida observación de que era una broma cruel pedirle a un hombre que se levante a sí mismo con sus cordones cuando ni siquiera tenía botas.


Por Vinoth Ramachandra
25 de octubre, 2018
Material Original: https://vinothramachandra.wordpress.com/2018/10/25/converting-the-church/

El Dr. Vinoth Ramachandra es Secretario de Diálogo y Compromiso Social de la IFES. Vive en Sri Lanka. Este blog representa el pensamiento de Vinoth y tiene por fin ser un recurso para los movimientos de IFES para iniciar y modelar conversaciones sobre diferentes temas. El blog no pretende ser la voz oficial de IFES ni de CECE en las temáticas que trata.

Publicación traducida por Josué O. Olmedo Sevilla, quien junto a su esposa Ruth sirve en la Comunidad de Estudiantes Cristianos del Ecuador (CECE), movimiento universitario afiliado a IFES.