Pablo tenía una clarísima idea de lo que Timoteo debía recordar acerca de Jesucristo. Así se evidencia en la serie de declaraciones acerca del Maestro que el apóstol hace. Hay contenidos específicos. No es un recordar ‘como a mí me venga en gana’, sino un recordar a la luz de los evangelios, que recogen fielmente la vida y obra de Jesucristo.

Ahora la pregunta crucial es acerca del cómo. ¿Cómo atesorar a Jesucristo en nuestra memoria? ¿Hay maneras de hacerlo? Sí. La clave está en cultivar lo que un querido amigo, Jorge Atiencia, llama los “hábitos del corazón”. Ese es mi nombre preferido pues involucra con intención nuestros afectos. Unos los llaman “prácticas”, otros “disciplinas”. El nombre no es lo verdaderamente importante, sino que efectivamente se las cultive e implemente.

Estos hábitos del corazón son un grupo de acciones que llevadas a la práctica “nos permiten colocarnos ante Dios de tal modo que él pueda transformarnos”, y usarnos para sus propósitos, tal como lo define Richard J. Foster en su clásico Alabanza a la Disciplina (p. 21). Estos hábitos, prácticas o disciplinas no tienen la capacidad en sí mismas de transformar o movilizar. No generan integridad (salvación y rectitud), no generan la capacidad de “hacer todo clase de bien”. Esto lo hace el Señor. A través de las Escrituras vemos que estos hábitos Dios mismo los ha establecido para que su pueblo atesore a Jesucristo en su memoria.

Estos hábitos del corazón llevados a la práctica permiten ver ciertos resultados esperados. Pablo para animar a Timoteo a que dependa del Señor para mantener su fe y continuar con sus tareas pastorales (“…saca fuerzas del generoso amor que Dios nos da por pertenecer a Jesucristo” 2 Timoteo 2.1 PDT) recurre a tres imágenes: la del buen soldado, la del atleta y la del campesino (2 Timoteo 2.3-6). En cada una de ellas el carácter principal tiene una meta: agradar al capitán, ganar la competencia y recibir parte de la cosecha. En cada una de ellas el carácter principal tiene que cultivar ciertos hábitos (disciplinas) que le van a facilitar la consecución de sus metas: no perder tiempo en asuntos civiles, obedecer las reglas del juego, trabajar duro. En cada una de ellas el carácter principal, podemos suponer, tiene que implementar estos hábitos de manera cotidiana, en rutina, sin mucho glamour, sin exhibirse, sin pasarela, sin show. Cultivar esos hábitos incrementa significativamente las posibilidades de obtener lo que se espera. No cultivar esos hábitos garantiza que no se obtendrá resultado alguno. Timoteo debía cultivar disciplinadamente ciertos hábitos sacando fuerzas del generoso amor de Dios para mantener su fe y continuar sus tareas pastorales en un medio tan hostil a la fe como Éfeso.

Extrapolando las imágenes usadas por Pablo a la vida del creyente podemos afirmar lo siguiente. La vida del discípulo de Jesucristo y de la comunidad de fe tienen una meta: extender el reino de Dios y su justicia[i]. Para este fin en la vida del discípulo de Jesucristo y de la comunidad de fe ciertos hábitos deben ser cultivados. ¿Cuáles son estos hábitos del corazón? En el contexto del evento de capacitación -EFE- mencioné algunos de ellos: habitar en las Escrituras, oración, compromiso con una iglesia local, participación en los sacramentos u ordenanzas, testimonio y servicio. Ahora en este espacio voy a mencionar más. Recurro otra vez a Foster, pues la manera en que agrupa a estos hábitos es fácil de recordar. Este autor habla de tres grupos de ‘hábitos del corazón’, según el lenguaje escogido: hábitos internos: meditación en la Palabra, oración, ayuno y estudio de la Palabra; hábitos externos: estilo de vida sencillo, retiro, sumisión, servicio; hábitos colectivos: confesión, adoración, discipulado y gozo. No voy a describir cada una de ellos ahora, pero recomiendo la lectura de este clásico de la espiritualidad cristiana.

Concluyo animándoles a cultivar estos hábitos. Pues la práctica consistente de los mismos nos permitirá colocarnos ante Dios y ser transformados por él y usados para sus propósitos.

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[i] Este no es el espacio para un tratamiento más detallado de esta afirmación, pero es necesario señalar que la misma debe ser entendida a la luz del gran mandamiento de amar a Dios y al prójimo. Es necesario entender el reino de Dios y su justicia tal como se revela de manera definitiva en la obra y persona de Jesucristo, maximizando el shalom para toda la creación en la firme esperanza del advenimiento final de la nueva creación inaugurada por Dios en Cristo y su Espíritu. No es un amar a Dios y al prójimo según nuestras definiciones, sino según el exigente modelo de Jesucristo.